30 de junio de 1764. Una joven de 14 años llamada Jeanne Boulet apareció muerta cerca de Hubacs, una pequeña aldea en la región histórica de Gévaudan (A medio camino entre las actuales Auvernia y Languedoc-Rosellón, al sudeste del país). Jeanne había sido degollada y su cuerpo parcialmente devorado por algún tipo de animal.
Los ataques de animales salvajes no eran completamente insólitos en la Francia rural del siglo XVIII. La región está formada por hermosas colinas y frondosos bosques en los que hace siglos vivían ocasionales manadas de lobos o perros salvajes. Por eso nadie se sorprendió mucho cuando el 8 de agosto apareció otra muchacha de 14 años muerta en la cercana aldea de Masmejean. Por desgracia las muertes no terminaron ahí. Luego llegó otra, y otra, y otra...
El goteo constante de víctimas alarmó al administrador de la Diócesis de Mende, Etienne Lafont, que pidió ayuda a las autoridades de la región. El conde de Montcan, gobernador de la provincia, convocó a cuatro compañías de dragones comandados por el capitán Jean-Baptiste Boulanger Duhamel. Los dragones eran soldados a caballo entrenados en el uso de mosquete y sable. Ayudados por los propios campesinos Duhamel y sus hombres comenzaron a batir los bosques de Gévaudan en busca del animal o animales que protagonizaban aquellos ataques.
Los seis meses siguientes fueron una auténtica pesadilla para los habitantes de la región. Los dragones de Duhamel no solo no lograban abatir a la bestia, sino que su estancia en la región comenzó a despertar quejas por supuestos abusos y saqueos de la soldadesca a sus habitantes. Se decía que las tropas estropeaban las cosechas con sus caballos y no pagaban alojamiento ni comida. Mientras tanto, los ataques de la bestia se hicieron cada vez más frecuentes y salvajes. El siete de septiembre destrozó a un niño en Apcher. La cabeza del pequeño apareció ocho días después. Ese mismo mes mató a otro vaquero de 15 años y estuvo a punto de abatir a otro que logró refugiarse entre sus vacas.
Su modus operandi siempre era el mismo. Tenía predilección por los niños y las mujeres jóvenes. No es un patrón muy raro si tenemos en cuenta que los menores solían ser precisamente los que cuidaban el ganado en las afueras de los pueblos. Lo raro era que ninguno de los aterrorizados supervivientes era capaz de identificar al animal.
Los campesinos de aquella época estaban perfectamente familiarizados con los lobos, pero todas las descripciones de los testigos presenciales apuntaban a una criatura diferente. Se decía que era mucho más grande que un lobo, que tenía el pelo rojizo, las orejas pequeñas y una cola muy larga, con una densa mata de pelo sobre la cabeza y el lomo. Los relatos de cazadores que habían avistado al animal también aseguraban que era excepcionalmente inteligente y taimado para ser un simple lobo, y que cazaba abalanzándose sobre sus presas y golpeándolas con las garras, algo que definitivamente no hacen los lobos. También cazaba a plena luz del día e incluso cerca de las granjas.
A medida que entraba el invierno, los ataques se hicieron cada vez más frecuentes y cruentos. Más víctimas aparecieron decapitadas, y la resistencia de la bestia a su captura no hizo más que incrementar su leyenda. Se decía que podía incorporarse sobre sus patas traseras y estar en varios lugares a la vez. Varios cazadores de buena reputación aseguraban haberla alcanzado con sus disparos con poco o ningún efecto. Solo en los últimos 15 días de diciembre, la bestia masacró a cinco personas en diferentes puntos de la región.
No tardó en cundir el pánico avivado por las numerosas leyendas locales de hombres lobo y brujas capaces de cambiar de forma para devorar carne humana. Los estados de Languedoc anunciaron una recompensa de 2.700 francos (livres tournois) a quien lograra abatir a la bestia. Mientras tanto, monseñor Gabriel-Florent de Choiseul-Beaupré, obispo de la diócesis de Mende emitió una orden a todas las parroquias llamando a la oración. En la misiva pedía rezar para liberar al pueblo “de la plaga enviada por Dios para castigar a los hombres por sus pecados”. Como si hicieran falta más razones para que cundiera la histeria colectiva.
Luis XV termina por relevar a Denneval de su misión y encarga la tarea de acabar con la bestia a su arcabucero personal, François Antoine. En septiembre de 1765, Antonine recibe noticias de un gran lobo que ha sido avistado en las inmediaciones de la Abadía de Chazes y acude al lugar en compañía de 40 tiradores. La partida logra abatir un lobo de grandes dimensiones que al parecer precisó de varios disparos para morir.
El lobo pesaba alrededor de 58 kilos. Es grande, pero entra dentro de las dimensiones normales de estos animales (el lobo salvaje más grande registrado se cazó en Alaska en 1939, y pesaba 80 kg). Su cadáver se disecó y se trasladó a Versalles para su exhibición. Antoine llegó triunfante a la corte el 1 de octubre con su trofeo. La bestia de Gévaudán estaba oficialmente muerta.
Pero las ataques no.
Aunque hubo un breve período de calma, los ataques se reanudaron y continuaron durante todo el año 1766, aunque se decía que la bestia se había vuelto más cautelosa y ya no atacaba de día o en campo abierto. Los administradores de Gévaudan prosiguieron las batidas y llenaron la región de carroña envenenada con poco o ningún resultado. En la corte, el asunto se había dado oficialmente por cerrado y Luis XV no tenía ninguna intención de reabrirlo, especialmente cuando la historia ya había traspasado las fronteras del país y en Inglaterra se mofaban de la ineptitud de los franceses a la hora de abatir un solo animal salvaje.
En junio de 1767, un vecino de la región y cazador de excelente reputación llamado Jean Chastel abatió un lobo de gran tamaño en las inmediaciones del bosque de Ténazeire. Según la leyenda, Chastel se quedó rezando solo entre los árboles hasta avistar al animal. Tras terminar sus plegarias, guardó el misal, se puso sus anteojos y abatió al monstruo de un solo disparo.
Las autoridades trasladaron esta nueva bestia de Gévaudan a la localidad de Charraix, donde un notario redactó un completo informe de sus dimensiones. Pesaba unos 50 kilos y era, por tanto, un lobo grande, pero no el sanguinario fenómeno de pelo rojizo que describían las leyendas.
Pese a todo, el animal fue disecado con el objetivo de trasladarlo a Versalles. Por desgracia, el calor del verano interfirió con el proceso de conservación, y para cuando llegó a la corte estaba en un estado lamentable. Sus restos se enterraron en el jardín sin ninguna medida de conservación y sin hacerlo público. Lo que sí se sabe, por la descripción de la dentadura hecha por el notario, es que se trataba de un cánido, probablemente un lobo.
Desde aquel mismo momento, los ataques cesaron. Chastel recibió una modesta recompensa y la bestia nunca volvió a ser vista. En los tres años en los que convirtió Gévaudan en su coto de caza, la criatura mató a cerca de cien personas e hirió a otras 30. Es imposible establecer una estadística oficial exacta. Según algunas fuentes el número total de víctimas pudo elevarse a más de 300.
Entre 1764 1767 se abatieron más de un centenar de lobos en la región de Gévaudan. De ellos media docena encajaban por tamaño y ferocidad con la idea de un asesino de seres humanos, pero el caso de la bestia de Gévaudan sigue siendo único en número de muertes y duración. Para el historiador Jay M. Smith, autor de Monsters of the Gévaudan: The Making of a Beast, la bestia nunca existió.
Para Smith, el nacimiento de la bestia es el producto de un notable caso de ataques de lobos e histeria colectiva avivado por la prensa y las autoridades. En aquella época, el editor y fundador del Courrier d’Avignon, François Morénas tuvo una idea para avivar las ventas de su gaceta. Morénas creó una nueva sección llamada Faits Divers que cubría historias más o menos truculentas o sorprendentes. La bestia de Gévaudan encajaba como un guante en aquella sección. No solo cautivó el interés del público, sino que era una perfecta cortina de humo para la corte.
Conviene recordar que en 1764, Francia era un desastre. El país acababa de ser vapuleado por Inglaterra y Prusia en la Guerra de los Siete años, había perdido la mayor parte de sus colonias (entre ellas Canadá), y la crisis económica anunciaba tiempos de hambre y pobreza.
En ese contexto, el caso de la bestia de Gévaudan era perfecto para entretener a la opinión pública y elevar su orgullo patrio. Siete niños enfrentándose a palos a la bestia para salvar a uno de ellos; la heroica Marie-Jeanne Valet empuñando su lanza en combate singular; cazadores disfrazándose de mujer para tratar de atraer al monstruo; soldados y campesinos luchando codo con codo contra el maligno animal... Los sucesos en Gévaudan eran tan épicos que cautivaban la imaginación de una Francia desmoralizada y triste. En cuanto a las muertes reales, para Smith son perfectamente atribuibles a una severa infestación de lobos.
El problema con la bestia de Gévaudan, y lo que hace el caso tan fascinante dos siglos después es que hay demasiados detalles que no encajan con la idea de que detrás de los ataques había uno o varios lobos. No cabe duda de que los cánidos contribuyeron al cómputo global de ataques y amplificaron la leyenda en torno al monstruo, pero las estadísticas no cuadran.
En el año 2002, el doctor John D. C. Linnell coordinó un exhaustivo estudio que recopilaba los ataques de lobos a seres humanos en los últimos siglos. El informe tiene un apartado dedicado especialmente a la bestia de Gévaudan. En él descarta la idea de que se tratara de lobos rabiosos porque hubo muchas víctimas de ataques que sobrevivieron a los mismos con vida y después no murieron por la enfermedad. Por otra parte, cuando se trata de ataques de lobos a seres humanos la mayoría suceden con niños menores de 10 años. En Gévaudan, sin embargo, el patrón de ataques a adultos es seis veces superior a lo normal.
Después está el tema de las descripciones. Incluso quitando los detalles más fantásticos, todos los relatos provenientes de testigos presenciales describen un animal que poco tiene que ver con un lobo. Morro ancho y orejas cortas, pelaje rojizo con melena y una línea de pelo oscuro en el lomo, cola larga, pecho ancho y las dimensiones generales de un ternero. La bestia tenía predilección por atacar a campo abierto, mordiendo el cuello de sus víctimas y golpeándolas con las garras. Todos esos detalles encajan perfectamente con un animal muy diferente.
Un león.
El mismísimo capitán Duhamel, el primero al que se le encomendó cazar a la bestia ofreció una descripción muy particular de la criatura en una carta remitida en enero de 1765:
Tiene el pecho de la anchura del de un caballo, el cuerpo como el de un leopardo y el pelaje rojo con una línea negra. Al verlo llegarás como yo a la conclusión de que el monstruo es un híbrido. Su padre es claramente un león. Lo que es su madre aún está por ver.
Los leones no eran algo completamente desconocido en la Francia del siglo XVIII, pero los campesinos solo sabían de ellos por relatos e ilustraciones. Nunca habían visto uno vivo. El aspecto de la criatura llevó a Duhamel a pensar que era un híbrid, pero para el biólogo de la Universidad de Osnabrück Karl-Hans Taake, la bestia de Gévaudan era casi con toda probabilidad un león subadulto. Los machos de león no desarrollan su espectacular melena completa hasta pasados al menos tres años. Antes de eso solo tienen una cresta de pelo que encaja perfectamente con las descripciones. Por lo demás, un león de tres años ya supera los 150 kilos de peso y es perfectamente capaz de abatir una persona. Su predilección por cazar de día, a campo abierto y saltar sobre sus víctimas también encaja con el modus operandi de la bestia.
¿Qué demonios hacía un león en la campiña francesa del siglo XVIII? La hipótesis de Taake es que era un animal fugado de una menagerie (Casa de fieras o Exhibición de fieras en francés). Las menageries eran exposiciones de animales exóticos que se hicieron muy populares en el siglo XVIII, pero se trataba de instalaciones mucho mas primitivas que los zoológicos actuales. A menudo eran ambulantes y sus sistemas de seguridad dejaban mucho que desear. Un león joven huido de uno de estos espectáculos podría haber sobrevivido perfectamente a base cazar la presa más abundante y fácil de abatir de la zona: seres humanos.
Los únicos detalles que no encajan con un león es la supuesta querencia de la bestia de Gévaudan por decapitar a sus víctimas, y la abundancia de cadáveres desnudos. La cabeza no es una parte del cuerpo especialmente llamativa para un depredador, y ningún animal desnuda a su presa ni la decapita para llevarse solo la cabeza.
En 1910, el doctor Puech, catedrático de medicina en la universidad de Montpellier avanzó la hipótesis de que la bestia de Gévaudan podía haber sido el escenario creado por un asesino en serie combinado con los lobos devorando los cadáveres que este dejaba a su paso.
La última hipótesis de este fascinante caso es la más surrealista. Abel Chevalley y Henri Pourrat popularizaron una teoría según la cual la bestia de Gévaudan era un animal adiestrado. Según esta teoría, un noble de la región llamado Jean-François-Charles de Morangiès se hizo con un león o una hiena, lo cubrió con una piel de jabalí endurecida con cuero y lo entrenó para asesinar con la ayuda de Antoine Chastel, hijo del mismo Jean Chastel que abatió a la criatura. La armadura de piel de jabalí explica por qué el animal resistía los intentos de los cazadores por abatirlo y también su extraño aspecto, pero las motivaciones de Morangiès para hacer algo así ya entran dentro del terreno de la ficción histórica.
En 2001 se estrenó la película francesa El pacto de los lobos (Le Pacte des loups), que es una aproximación tan fantasiosa como entretenida de la teoría de Chevalley y Pourrat. A día de hoy, seguimos sin saber a ciencia cierta qué fue lo que acechaba entre los bosques de Gévaudan. En realidad no importa mucho. Lo que importa es que su leyenda seguirá inspirando relatos durante muchos siglos más.
Fuente: https://es.gizmodo.com/la-bestia-de-gevaudan-la-verdad-sobre-la-misteriosa-cr-1832356544
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